El tiempo no es lineal. Todas las horas no tienen 60 minutos, y los minutos no tienen todos 60 segundos. El tiempo va a saltos, a veces se para, a veces corre, y de repente da un salto enorme y pasan 30 años justo en lo que tardo en cerrar los ojos y abrirlos.
Hace unas semanas iba con una de mis hijas en coche por las afueras de Madrid, y de repente me oí diciéndole: «Antes todo esto era campo«. Y ahí entendí que de repente yo ya era muy mayor, que cuento el tiempo en decenas de años, que he vivido épocas inimaginables en las que no existían internet ni móviles, que yo aprendí a escribir a máquina con una máquina de escribir de las de antes… En ese momento el tiempo me cayó encima después de dar un salto de 51 años, pesadísimo, aplastándome… igual que me cayó encima cuando cumplí 40 años, y cuando cumplí 50…
Pero he ido aprendiendo: cuando me cayeron encima mis 40 años de golpe monté mi propio centro de psicología, Betania, con unas compañeras igual de ilusionadas que yo… y cuando me cayeron los 50 el año pasado decidí aprender algo de fotografía; y hace poco empecé este blog. Y en cada una de esas veces, el tiempo cambió, y ya no me pesa, ahora voy ligera, y ya no soy muy mayor, y sigo aprendiendo, y aún me esperan muchos cambios, muchas novedades, muchas épocas inimaginables.
Un secreto que he aprendido: empezando proyectos nuevos el tiempo se para. La ilusión lo para.