Todos somos buenos. Perdón: todos creemos que somos buenos. Siempre nos creemos los buenos o, por lo menos, no tan malos como otros. Incluso cuando se demuestra que he cometido un delito o que he agredido a alguien y le he dañado. Incluso en casos de corrupción política e incluso en casos de asesinato; en casos de decisiones económicas o laborales que pueden suponer sufrimiento para algunas personas. Incluso cuando nos saltamos alguna norma de circulación, cuando no declaramos todos nuestros ingresos o cuando mentimos. Al escuchar a cualquier persona que haya hecho cualquiera de esas cosas encontramos discursos parecidos, siempre para defender que no son «tan malos»…
Y es que nuestra mente tiene mecanismos que nos ayudan a retorcer la realidad todo lo que sea necesario para seguir pensando que somos buenos; nos resultaría intolerable creer lo contrario. Afortunadamente, necesitamos ver coherencia entre nuestros valores y nuestros actos y sufrimos con la incoherencia. Por eso, cuando nuestros actos no parece muy éticos, se ponen en marcha esos mecanismos, excelentemente descritos en la Teoría de la Desconexión Moral por Albert Bandura, uno de los grandes de la psicología.
Bandura identifica cuatro mecanismos de desconexión moral. Y he pensado que estaría bien irlos contando, para que nos resulte fácil identificar a quien intenta convencerse y convencernos de que algo incorrecto no lo es tanto, y así evitar que nos lleguen a confundir.
El primero de esos mecanismos es la REDEFINICIÓN DE LA CONDUCTA. Para convencernos de que lo que hemos hecho no es tan malo, podemos, en primer lugar, hacer «comparaciones ventajosas»: buscar otros que lo hayan hecho peor. Cuando acusan a un político de corrupción, una de las respuestas estándar es referirse a otros casos de corrupción de otro partido; los ladrones recuerdan a otros que han robado más, o con más violencia, e incluso asesinos que dicen que «otros matan peor».
Así que primera pista: «hay otros peor, así que lo mío no es tan malo»… empecemos a sospechar de un intento de desconexión moral… otro día sigo…
¡Cómo me gustan estos temas! Creo que me va a encantar esta «serie» sobre la desconexión moral que empiezas hoy. Qué interesante comprender que funcionamos así. Tu post me ha recordado a lo sucedido tras la Segunda Guerra Mundial entre los aliados y las potencias del eje. A medida que iban avanzando los juicios de Nuremberg e iban saliendo a la luz todas las crueldades cometidas en nombre del Tercer Reich, los países aliados se llevaban las manos a la cabeza, incrédulos, indignados… realizando las típicas afirmaciones del estilo de «menos mal que nosotros sí somos civilizados», «menos mal que no han ganado ellos la guerra», «esas cosas solo las hacen los bárbaros y no nosotros»… Hasta que se desencadenaron una serie de descubrimientos que pusieron en entredicho que algunos científicos, dentro de los países civilizados y avanzados, fueran tan distintos a los doctores de Nuremberg… El experimento de Tuskegee, el escándalo de la talidomida, la escuela de Willowbrook, las investigaciones en el hospital judío de enfermedades crónicas de Nueva York… y otras atrocidades cometidas por parte de esos países «bien pensantes y bien civilizados», en nombre de la ciencia (o de quién sabe qué…), cuestionaron que realmente «nosotros» seamos diferentes (los buenos, los éticos, los honestos…) a «ellos», o viceversa…
Por suerte, la Historia nos enseña cómo hemos sido (y cómo podemos volver a ser… si no aprendemos de ella, nos conocemos y entendemos que funcionamos así… y que los actos inhumanos también son humanos…).
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Gracias por tu comentario, Lucía, muy interesante. Compartimos el interés por entender cómo podemos llegar a ciertos límites, sin caer en explicaciones de «cómo son los que hacen eso»… ¡y esta teoría de Bandura es fascinante!
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