Seguimos revisando cómo podemos conseguir que nuestra mente no sufra cuando nuestros actos pueden ser incoherentes con nuestros valores. Para redefinir la conducta y convencernos de que no es tan mala, además de compararnos con otros peores, también podemos retorcer el lenguaje utilizando eufemismos.
Las palabras pueden confundir; no sólo describen los conceptos, también pueden alterarlos, o alterar la forma en que los pensamos. En España ya no hay imputados, sino «investigados», no hay amnistía fiscal, sino «medidas excepcionales para incentivar la tributación de rentas no declaradas», la falsificación de un documento académico es en realidad una «reconstrucción», nadie ordena desahucios sino «procedimientos de ejecución hipotecaria», nadie sube impuestos sino que deciden un «recargo temporal de solidaridad» (este es buenísimo ¿verdad?) y encontramos que a veces algunos políticos llevan una “actividad extracontable sin carácter finalista”. En Ruanda los hutu llamaban «la solución final» al genocidio, y los nazis hacían «limpieza étnica». Todo para no decir robar, defraudar o asesinar.
Varios artículos han analizado de forma exquisita las trampas del lenguaje cuando se pone al servicio del ocultamiento de la realidad (por ejemplo, «El secuestro de la palabra» o «El eufemismo como instrumento de manipulación social«).
Lo triste es utilizarlo para engañarnos a nosotros mismos. Lo triste es creer que tengo mucho carácter cuando la realidad es que soy violento; lo triste es creer que soy listo cuando la realidad es que hago trampas; lo triste es creer que soy libre o natural o espontáneo o que aprovecho el momento o… cuando en realidad soy infiel. Lo triste es ver cómo en nuestra sociedad cada vez es más frecuente utilizar el lenguaje para deformar la realidad en lugar de para expresarla
Hablemos claro. Hablémonos claro. Y si observamos a alguien retorciendo palabras, volvamos a sospechar: desconexión moral…