¡Qué bien describe esta expresión cómo me siento! No es mía, es de mi amigo Sebas, en su magnífico artículo que debería ser de lectura obligatoria para todos los que buscamos esperanza…

No hablo de depresión ni tristeza; yo suelo estar contenta casi siempre. Afortunadamente, he crecido en un entorno alegre, en una familia alegre, tengo amigos alegres, hijos alegres… pocas veces he llegado a intuir lo que es estar enteramente triste. Ni siquiera en los malos momentos, en los duelos, en los palos, la tristeza ha atravesado la capa más profunda y estable de alegría que está siempre ahí, cimentándome.

Pero a la vez, al mismo tiempo, me llora el alma cada vez que me asomo más allá de mí y de mi pequeño círculo. Me llora el alma al ver la realidad de tantos y tantos miles de personas que ahora mismo están sufriendo tanto: cada persona que deja toda su vida atrás por miedo, cada persona que se ahoga buscando esperanza y vida, cada víctima de maltrato, cada niño con hambre mortal…

Sé que puedo hacer como tantos otros: ponerme orejeras para no ver, y centrarme sólo en lo positivo (¡tan de moda en estos días!), evitando enfrentarme a lo que duele.

Pero evitar mirar una parte tan grande de la realidad me lleva a perder compromiso; no quiero prescindir de esa carga de sufrimiento que, aunque pesa tanto, me lleva a la solidaridad, a la sensibilidad, a trabajar para mejorar la situación. No quiero disminuir mi nivel de conciencia, de sensibilidad, no quiero anestesiarme, no quiero cegarme.

Por eso miro, escucho, me intereso; por eso no cuento por miles los muertos o heridos, sino que pienso en personas, en cada persona que forma esos miles… por eso no deja de llorarme el alma, muy dentro, muy profundo…

Gracias, Sebas, por tu artículo; gracias por el consuelo y la esperanza.