Sonrío cuando me miro al espejo. Con cariño, con complicidad, intentando reconocerme en una imagen que va cambiando año a año… Me sorprende y me divierte ver los cambios que la edad va dejando en mi cuerpo, y también aparece un poco de vértigo, de nostalgia…
Sonrío cuando veo las arrugas de mis ojos, y recuerdo ¡tantas y tantas risas y sonrisas! Y sonrío al ver las arrugas de los labios y la boca, que me traen a la memoria los miles y miles de besos dados… y las de mi frente, que me hablan de grandes sorpresas, de no pocos enfados… Todas esas arrugas son mis recuerdos, son mi historia, son símbolo de lo tanto y tan intenso vivido…
Y sonrío cuando veo mis piernas, que no son bonitas, ni delgadas, ni largas, pero que han andado conmigo miles de kilómetros, por donde tocaba cada vez, sin problemas, sin quejarse… y mis caderas, anchas, grandes, que me traen de cabeza cuando compro pantalones, pero que han sido una cuna estupenda cuando mis hijos eran aún más parte de mí que hoy…
Y así podría seguir con cada parte de mi cuerpo, y sólo siento agradecimiento, un gran agradecimiento. Mi cuerpo me sirve y me acompaña, me limita y me enseña; y ahora me pide que le cuide y que no haga tonterías, que ya va estando mayor… y estoy deseando cuidarle, porque mi cuerpo soy yo, y porque yo soy mi cuerpo, y me gusta, y me gusto…