Otra vez en duelo; otra vez llorando, sintiendo la pérdida, notando la ausencia. Otra vez sonriendo, hablando, viviendo… pero arrastrando piedras en el alma. Otra vez comprobando cómo la alegría puede coexistir con la tristeza infinita, otra vez desafiando la lógica de los opuestos y excluyentes, otra vez viviendo plenitud y vacío al mismo tiempo, otra vez implicada y comprometida, pero ausente y distraída. Otra vez con el deseo de presencia, con la necesidad de presencia, con la urgencia de presencia… otra vez dispuesta a dar mi brazo derecho por un momento más de presencia, de contacto, de charla, de mirada…
Me consuela pensar que nos volveremos a ver; pero aquí nada será igual. Ya no entrará en mi despacho para comentar una reunión o compartir una preocupación, ya no discutiremos por todo, ya no trabajaremos juntos, ni comeremos juntos, ya no me tomará el pelo ni me escuchará cuando lo necesite… y duele, y otra vez estoy doliendo.
Otra pérdida más; otro duelo más. Pero este es distinto. Se ha ido Nacho.