Esta semana ha muerto una persona muy querida. Muy, muy querida. Una gran persona.

Primero fue mi profesor en la carrera… estadística, matrices… ¡y aún así nos caía bien! Luego la vida nos juntó en el comité editorial de una revista de psicología, y empecé a descubrir su grandeza, su generosidad, empecé a ver cómo siempre ponía al servicio de todos su gran inteligencia y su mucho saber de metodología… siempre intentando rescatar lo mejor de cada artículo, regalando tiempo y consejos, y siempre con una gran humildad, como si no fuera un grande, uno de los más grandes en su campo…

Y luego la vida nos volvió a juntar: compartimos muchos años el placer de ser miembros del mismo tribunal; nos hacía el honor de venir, todo un señor catedrático con todos los sexenios posibles a pesar de su juventud, y siempre venía contento, con su sonrisa, con su gran sentido del humor, tomándose la vida muy en serio pero nada en serio… ¡Era tan agradable charlar con él, comer con él, compartir preocupaciones, comentar cambios…! Yo sabía que con él iba a reírme, y a la vez, iba a aprender, iba a pensar. Estar con él nos hacía a todos mejores personas.

Y ya no está. Y teníamos contacto muy pocas veces al año, pero ¡qué gran vacío! Sólo saber que ya no está me produce una profunda tristeza, y a la vez me siento ¡tan privilegiada por haberle conocido y tratado! No me ha dado tiempo a aprender todo lo que me hubiera gustado de su forma de ser, ¡y tenía tanto que aprender!

Hoy tenía ganas de hablar de él, pero me doy cuenta de que soy incapaz de explicar la maravillosa persona que era, que todo lo que diga se queda corto, que me está saliendo una despedida normal para una persona extraordinaria… así que paro.

Un fuerte abrazo, Julio, allí donde estés. Gracias por todo